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jueves, 18 de diciembre de 2014

María causa de nuestra Esperanza



Aguardar al Señor que ha de llegar, es el contenido trascendental del tiempo del Adviento, que precede a la gran celebración de Navidad. La liturgia de este período está llena de esperanzas por la venida del Salvador y recoge los sentimientos de expectativa que comenzaron en el instante mismo de la caída de nuestros primeros padres.

En aquella oportunidad, Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo, desde entonces, pendiente de esta promesa y adquiere este tema tal importancia que, la concreción religiosa del pueblo de Israel, se reduce en uno de sus puntos principales a esta espera del Señor.
Esperaban los patriarcas, los profetas, los reyes y los justos… todas las almas buenas del Antiguo Testamento. De este contexto de expectación, toma la Iglesia las expresiones deseosas, vivas y adecuadas para la preparación del misterio de la “nueva Natividad” del Salvador Jesús.
En el punto sobresaliente de esta expectación, se halla la Santísima Virgen María. Todos aquellos anhelos culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres para formar en su seno al verdadero Hijo de Dios.

Sobre Ella se ciernen los profecías antiguas, (en concreto las de Isaías); Ella es la que, como nadie, prepara los caminos del Señor. La invoca sin cesar la Iglesia en el tiempo de Adviento, auténtico mes de María, ya que por Ella hemos de recibir a Cristo.
Nada, pues, más a propósito que la contemplación de María en los sentimientos que Ella tendría en los días inmediatos a la natividad de su divino Hijo.

“Si todos los santos del Antiguo Testamento—escribe el padre Giry (Les petits Bollandistes t. 14 p.373 )—desearon con ardor la aparición del Salvador del mundo, ¿cuáles no serían los deseos de Aquella que había sido elegida para ser su Madre, que conocía mejor que ninguna otra criatura la necesidad que tenia la humanidad, la excelencia de su persona y los frutos incomparables que debía producir en la tierra, y la fe y la caridad, que sobrepasan la de todos los patriarcas y profetas?“

Fue tan grande el deseo de la Santísima Virgen, que nosotros no tenemos palabras para expresar su mérito. Y tampoco podemos concebir cuál fue su gozo cuando Ella vio que sus deseos y los de todos los siglos y de todos los hombres iban a realizarse en Ella y por Ella, ya que iba a dar a luz la esperanza de todas las naciones, aquel sobre quien se fijaban los ojos de todos en el cielo y en la tierra y miraban como a su libertador.


María presenta, para el cristiano de hoy, la posición que éste debe mantener, fundamentalmente en estos tiempos: esperar al Señor. Toda la vida del cristiano es una expectación. El modelo de ésta lo ofrece María.

Cuando se espera algún suceso importante que trae consigo angustia y pena, la reacción directa de la persona normal es de temor, acompañado a veces por la congoja y angustia que tiende a acrecentarse por la fantasía ante la consideración de los males futuros predecibles. Cuando se prevé la llegada de un bien, que tiene una entidad considerable, se vive en una espera atenta y presurosa que va desde el anhelo y la ansiedad hasta la euforia acompañada de una prisa impaciente. A mayor mal futuro, más miedo; a mejor bien futuro, más esperanza gozosa.

Algo de esto pasó al Pueblo de Israel que conocía su carácter de brevedad funcional, al menos en los círculos más creyentes o especializados en la espiritualidad premesiánica. La evidencia de que la llegada del Mesías Salvador era inminente, hizo que muchos judíos piadosos vivieran en una tensión de anhelo creciente (basta pensar en el anciano Simeón) hasta poder descubrir en Jesús al Mesías que se había prometido a la humanidad desde los primeros tiempos posteriores al Pecado. Era todo un Adviento (o Advenimiento).
Y como el Mesías llega por la Madre Virgen, es inadmisible preparar la Navidad desechando de la contemplación del indecible gozo esperanzado que poseyó Santa María por el futuro próximo inmediato de su parto. Eso es lo que se quiere expresar con “La Expectación del Parto”, o “El día de Santa María de la Esperanza” como se le llamó también en otro tiempo, o “Nuestra Señora de la O” como popularmente también se le denomina hoy.

n s de la o

NUESTRA SEÑORA DE LA DULCE ESPERA

Esta advocación se refiere al tiempo en que la Santísima Virgen vive su embarazo, esperando el nacimiento del Redentor. Muchas familias durante la experiencia del embarazo suplican su amparo maternal; como así también, diversas personas ruegan a Ella en caso de embarazos complicados o problemas de concepción.

Oración de San Francisco a la Virgen María:

 "¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,
María virgen hecha Iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Defensor,
en ti estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya!
¡Salve, esclava suya!
¡Salve, Madre suya!
y ¡salve, todas vosotras, santas virtudes,
que por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos de infieles, fieles a Dios!"


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LA DULCE ESPERA

María, madre del amor hermoso, dulce muchacha de Nazareth,
Tú que proclamaste la grandeza del Señor y,
diciendo que “sí”, te hiciste Madre de nuestro Salvador y Madre nuestra:
atiende hoy las suplicas que te hago.
En mi interior una nueva vida está creciendo:
un pequeño que traerá alegría y gozo, inquietudes y temores, esperanzas y felicidad a mi hogar.
Cuídalo y protégelo mientras yo lo llevo en mi seno.
Y que, en el feliz momento del nacimiento, cuando escuche sus primeros sonidos y vea sus manos chiquitas, pueda dar gracias al Creador por la maravilla de este don que Él me regala.
Que, siguiendo tu ejemplo y modelo, pueda acompañar y ver crecer a mi hijo.
Ayúdame e inspírame para que él encuentre en mí
un refugio donde cobijarse y, a la vez,
un punto de partida para tomar sus propios caminos.
Además, dulce Madre mía, fíjate especialmente
en aquellas mujeres que enfrentan este momento solas, sin apoyo o sin cariño.
Que puedan sentir el amor del Padre
y que descubran que cada niño que viene al mundo es una bendición.
Que sepan que la decisión heroica
de acoger y nutrir al hijo les es tenida en cuenta.
Nuestra Señora de la Dulce Espera,
dales tu consuelo y valor. Amén

 Cerca está la llegada de nuestro Redentor démosle posada en nuestro corazón. 

Fotos: Virgen de la Soledad para el Tiempo de Adviento y Navidad 2014.
Texto: Amigos Foro de la Virgen.

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