En Navidad los cristianos celebramos, no una fiesta más de invierno,
sino una fiesta cristiana, cien por cien, el recuerdo del nacimiento de
Jesús en quien nosotros hemos reconocido al Dios con nosotros.
Del Nacimiento de Jesús es de donde brota la alegría, no hay
ya lugar para la tristeza, porque entre nosotros nació aquel que es la
vida, que disipa el temor ante la muerte y nos trae la alegría de la
eternidad. Cristo comparte nuestro destino de muerte, para que
nosotros compartamos con él su destino de gloria. Nos deseamos los
mejores sentimientos que nacen del corazón humano: paz, felicidad. Al
fin y al cabo el Evangelio así nos presenta el acontecimiento del
Nacimiento de Cristo, momento de alegría, solidaridad y deseo de paz y
felicidad: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres
de buena voluntad”. Y todo ello porque un día Dios nos hizo el mejor
regalo que se puede hacer, darnos aquel que es su hijo, en quien nos
recuerda que también nosotros somos hijos suyos.
La fiesta de Navidad es una fiesta para la contemplación de lo que
sucedió un día incierto de principio de la era cristiana cuando Jesús
nace en Belén, cómo fue acogido por María y José, que como todos los
padres, ante el nacimiento de un hijo, se extasían ante el pequeño
recién nacido. Y es que el nacimiento de un hijo es siempre motivo de
alegría para la familia y los allegados, y cómo desde el cariño y el
amor de padres, trascendiendo la mirada humana, saben contemplar en
aquella vida precaria y débil, como toda vida humana, al Dios con
nosotros que les había sido prometido.
Cómo fue acogido por los pastores que guardaban sus ovejas por
aquellos campos de Belén, y cómo le regalaron lo poco que tenían. Nunca,
nadie queda indiferente ante el nacimiento de un niño, y menos cuando
ese niño es anunciado como el Mesías. Por eso aquella gente sencilla que
eran los pastores se alejan contentos por haber contemplado aquella
escena del Niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre, en la que
sintieron el paso de Dios por su vida, y es que como, muchos años
después, proclamará el apóstol Pablo, en aquel niño apareció la bondad y
el amor de Dios, no para unos cuantos, sino para todos. Esta escena
viene a decirnos que sólo los sencillos, representados en los pastores,
son capaces de llegar a comprender los modos inesperados de actuar Dios.
Y contemplamos el canto de los ángeles que saludan el
nacimiento de Jesús, en un lugar desconocido de Palestina, como una
oportunidad para alabar y dar gloria a Dios, pues él se nos ha mostrado
tal y como es, como amor desbordante y deseo de paz para todos, sobre
todo para las gentes de buena voluntad.
En Navidad, como momento para la contemplación, a los cristianos se
nos invita a poner los ojos en Cristo, a meditar, una y otra vez , el
evangelio, el lugar donde se guardan los recuerdos de Cristo, que es
palabra vida de Dios, y es que para llegar a comprender a Dios nos basta
escucharle a él.
Con gran gozo y alegría profunda la Junta de Gobierno y el Grupo Joven os deseamos Feliz Natividad del Señor y días llenos de profunda y honda espiritualidad contemplando a Dios hecho niño pobre en un pesebre.
Texto P. Jose Luis Frontela OCD
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